viernes, 7 de enero de 2011

Al Horizonte

A la luz de la luna, un viejo llanero sentado en la arena con su guitarra, junto a una hoguera, trovaba la leyenda de un hombre. Un cigarro en su boca lentamente se desvanecía con el cantar de cada verso. A su alrededor, tres niños, sus hijos, estaban perplejos ante el relato. Cada uno acercaba su cabecita para escuchar con más claridad.
Sorprendidas igualmente las estrellas en el negro cielo relucían y con mucho cuidado atendían al hombre. Todo alrededor del llanero se hallaba sumido en su historia, hasta la arena se suavizaba por temor a desacomodar al hombre, pero sin importar que pudiese ocurrir, el relato continuaba.

…Les contaré acerca de un hombre, dicen que atemorizaba la noche con sus dos revólveres, dicen que conversaba con la luna, que su caballo - vestido de noche - no cedía el paso ni por un segundo. Identificado por su oscuro atuendo: sombrero, pantalón, botas y guantes, muchos le creían invencible, intangible, imposible, le mencionaban como si formase parte del viento, como si se desvaneciera con cada soplo. Un hombre temido y amado por sus historias… una de ellas es la de un pueblo sumido en agonía… En la lejanía, se encontraba un pequeño pueblo, su gente vivía atemorizada, los inaudibles pasos del sol recorrían sus calles y la luna era testigo de los espectros que invadían los rincones de la noche. Mensualmente una congregación de bandidos aterrorizaba a los pueblerinos, proclamaban la palabra de un líder asesino y juraban destruir a cualquiera que fuese contra la voluntad de su señor. No mentían, ya varios rumores habían asegurado que era cierto, las vidas que se negaron a creer fueron extinguidas, sangre derramada, la única forma de convencer a una sociedad de abstenerse a tomar rebelión.

Nadie le vio venir, no hubo hombre o mujer que pudiese identificarle, la paz fue interrumpida por un disparo y todos asomaron sus cabezas por las ventanas, preparados para honrar la vida de la pobre víctima. Nadie podía creerlo, en medio de la plaza, un hombre se encontraba parado firmemente con su majestuoso revólver apuntando al sol y su mirada fija en el piso. El tiro sólo fue una alarma, el hombre consiguió la atención que buscaba, y puso su revólver de vuelta en la funda. Alzó la mirada revelando sus helados ojos, una multitud perpleja rodeaba con su mirada al hombre, cada uno bajo techo, sólo uno tuvo el coraje de acercarse. Un pequeño niño de once años se aproximó al hombre, ya frente a él, se quedó con sus grandes ojos buscando los ojos del forastero que permanecía totalmente quieto. El misterioso bajó su mirada y se quedó observando al niño fijamente durante unos segundos, luego le acarició la cabeza. Una temerosa mujer emergió de una casa y protegió al niño entre sus brazos, mientras con disculpas se excusaba frente al hombre, éste la detuvo y le preguntó la situación del pueblo y así poco a poco cada habitante abandonó su refugio para detallar al hombre, todos asombrados y sin palabras, ni los intensos rayos del sol interrumpieron el asombro general, hasta que finalmente el alcalde decidió intervenir: “Buen hombre...” -intentó saludarle-, pero este le interrumpió. “¿Qué está sucediendo acá?” Dijo con una voz grave y firme, el alcalde le explicó entonces la situación del pueblo, le contó acerca de la privación de derechos, el robo de ganado e incluso, la ejecución de múltiples alguaciles. “Es por eso que desconocemos la palabra protección.” Dijo el alcalde, el hombre se quedó callado durante unos segundos hasta que finalmente le dijo. “¿Se dejan intimidar por una banda de niños? Son patéticos.”

En ese instante le dio la espalda al alcalde y se volteó hacia los pueblerinos diciendo: “¡Prometo librarlos de sus cadenas y devolverles la tranquilidad” …Nadie podía creer las palabras del hombre y ninguno respondió a su posición. “¡Pero a cambio de esto, ustedes me prometerán no dejarse oprimir más por esa banda de escorias!” Una persona comenzó a aplaudir dentro del público y luego todos se le unieron. Crearon el plan y éste consistía en que el hombre rompería la regla más preciada de los bandidos; caminar por el pueblo de noche. Una vez más la luna flotaba en el inmenso mar oscuro y el héroe se encontraba esperando el enfrentamiento. Montado en su caballo, cabalgó por las calles del pueblo hasta llegar de nuevo a la vacía plaza y esperó ahí por unos segundos. “¡Hago un llamado a ustedes, temerarios invasores!” gritó rompiendo la tranquilidad de la noche, antes de parpadear se encontró completamente rodeado por sombras, después vinieron las antorchas.
Entre la luz y el caos el hombre de negro se encontraba totalmente tranquilo. “¿Dónde esta su líder?” preguntó. Todas las caras sin expresión mantenían su silencio, de repente, una sombra apareció frente a él, era un hombre fornido que le respondió: “acá estoy” mientras sacaba una gran escopeta. El forastero bajó sus manos y rápidamente sacó sus armas apuntado al hombre que se encontraba frente a él.

Los ojos de los niños se encontraban ya cerrados y profundos en un lejano sueño, en un mundo de aventuras. La noche volvió a la normalidad, el hechizo de la historia había desaparecido. El hombre guardó su guitarra, sacó una manta y arropó a sus hijos; arrojó al fuego un balde de agua y se dirigió hacía un pequeño montículo de arena. Cuando se encontraba en la cima de éste, inhaló profundamente mientras cerraba los ojos, luego exhaló, al sacar todo su aire los abrió, pero esta vez eran totalmente fríos… de su gabardina sacó uno de sus majestuosos revólveres y apuntó al horizonte.

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