miércoles, 28 de abril de 2010

El Apocalipsis

Un hombre se hallaba parado en la cima de la colina, mirando el pueblo donde se había criado toda su vida. Sentía desprecio hacía cada uno de los pueblerinos. Ya varias veces había jurado vengarse por las heridas que estos le habían causado. Su plan andaba como lo esperaba. Tantas noches trabajando, todas le otorgaron un pequeño fruto cual no llego a conocer hasta tener toda la cosecha. Nadie podía quitarle la expresión de odio que sus ojos reflejaban. La ira lentamente lo consumía en su interior. Respiraba fuertemente, furiosamente, deseaba traer destrucción, el epilogo del pueblo, no, del pueblo no, de toda la raza humana.
Levantó su mano izquierda he hizo tronar el cielo. “Ignorantes creyentes. ¡Ha llegado la hora, agáchense ante su señor!” Gritó y su el eco de su voz resonó por la tierra. “¡Bienvenidos hijos de Cristo a la era del caos!” y soltó una carcajada. Lastimosamente el no siempre había sido así.
En un lejano pasado, había vivido con sus padres en una pequeña choza en las afueras del pueblo. Su padre era el herrero del pueblo, y su madre una vieja curandera. Los tres vivían felices compartiendo día a día en familia. Cada día era repetitivo, levantarse, desayunar acompañar a su padre, ir al mercado, vender las armas y mas tarde volver a casa. Un día que otro se sentaba con su padre a hablar y aprender acerca de como afilar armas. Armó el filo de su primer arma a los doce años, la ensambló a los trece y la dominó a los 17. Su padre se encontraba orgulloso de el. De ves en cuando le daba una paliza al practicar sus movimientos.
“¿Preparado para un duelo hijo?” le preguntaba su padre.
“¡Siempre lo estoy!” le respondió y sus sables se encontraron en batalla. Bajo la luz de la luna pequeños resplandores de los dos sables golpeándose en la noche. El eco de una campanilla con cada roce del metal. Ataque por ataque, movimiento por movimiento y la evasión de cada uno creaban al maestro dentro del niño. “Pero esta noche no es tu noche pequeño.” Con toda su fuerza golpeó la base de su sable haciendo al joven soltarla. Este cayó en el suelo y se quedo sentado, su padre le puso el sable frente sus ojos. “No es lo fuerte que la agites, no es la fuerza que le pongas, es la pasión todo esta dentro de tu corazón.” Suavemente golpeó su pecho dos veces, enfundó su arma y se retiró. Practicó durante día y noche. Un año entero de practica sin detenerse un solo día. Su madre y su padre se encontraban cada día mas sorprendidos de la habilidad de espadachín que su hijo había desarrollado. El escuálido cuerpo de su hijo se había desarrollado en toda una armadura. Cuando terminó su entrenamiento no pensó dos veces en desafiar a su padre. “Mañana, lucharemos una vez mas padre.” Le dijo mirando con un tono desafiante pero mirándolo tiernamente dentro de sus ojos. “Mañana será mi día.” Su padre aceptó y esperaron al duelo. Su hijo se dirigió directo a su cama. Acostado en ella pensó como mañana iba a ser su día de gloria, como iba hacer para que su sable dominará sobre el de su padre. Soñó con la victoria. Dentro del bosque, los dos mirándose fijamente a los ojos. Un halo de fuego alrededor de ellos, su madre afuera de este observándolos, los dos en posición de batalla con sus armas desenfundadas, respirando el ambiente, esperando al otro. Ninguno se movía, a duras penas podían ver la respiración del otro. El silencio de la noche, los animales se callaron, todo era total tranquilidad. Simultáneamente los dos dieron un paso adelante. Se rieron, como si fueran una sola persona, todos sus movimientos eran exactos. El movimiento de la cabeza, la posición de batalla y la mirada en sus ojos. Se miraban como si no fuesen padre he hijo, pero enemigo y enemigo. Bajaron sus sables durante unos segundos. Se miraron una ves mas, comprendieron el espejo que se había trazado entre ellos. Levantaron sus armas a la altura de sus ojos y finalmente corrieron el uno hacía el otro. Con sus dos manos desplazaron sus espadas que rasgaban su rango visual a su cadera y con toda su fuerza las golpearon una contra la otra arriba de su rango visual. Los dos se miraron durante segundos cara a cara, intentaron leer la expresión vacía en los ojos de su contrincante. Los dos dieron un salto atrás. Una ves mas levantaron su arma apuntando a los ojos del otro. Su hijo levanto su arma y su padre la agachó y se encontraron golpeándolas simultáneamente. Era como su primer entrenamiento, la noche se hallaba llena de sonidos de campanas, aveces agudos aveces graves, eso no importaba. Adelanté en el tiempo se hallaba la victoria de uno de los dos. Su madre afuera del circulo se encontraba mirándolos, riendo, era una ironía verles a los dos pelear de esa forma, pensar que hace un tiempo su padre le podía ganar en segundos. Podía ver toda la concentración en los ojos de su hijo, le recordó a su pasado cuando conoció a su esposo. “¡Vamos muchacho! Un año entrenando ¿Para que? ¿Para no poder ganarle a un viejo? ¡Demuéstrame lo que tienes!” le grito su padre y su hijo se sintió enojado. Vio una abertura en la defensa de su hijo y de nuevo golpeó con toda su fuerza la espada de su hijo en la base de su hoja. Se sintió como el ganador. El impacto había levantado arena del suelo y por unos segundos no pudo ver a su hijo, cuando esta se desvaneció este se hallaba parado frente a el riéndose. El hijo rápidamente levantó su sable y apenas dándole tiempo a su padre para defenderse golpeó la espada de su padre de la misma manera. El tiempo se detuvo durante segundos. Un chirrido invadió el silenció de la noche, pequeños cristales cayeron al suelo. Dejó que su cuerpo cayera al suelo de rodillas. Sus ojos y su boca totalmente abiertos. “No puede ser” murmuró. Levanto la mano donde se encontraba el mango de su arma. En este solo había un pequeño pedazo de su hoja, todo lo demás esparcido en fragmentos. Tres mil pequeños fragmentos yacían en el bosque. Su hijo parado frente a el con su arma intacta la coloco frente los ojos de su padre. Escuchó a su madre gritar. Su padre se hallaba llorando en el suelo, levantó su cabeza y encontró una ves mas esa expresión vacía en los ojos de su hijo, este todavía se hallaba batallando. Su hijo levantó su perdición al aire, agarrándola con las dos manos y con todo su poder empujó su sable hacía el suelo, hacía la cabeza de su padre.
Despertó, creía haber matado a su padre. Saltó de su cama y salió corriendo. “¡Papa! ¡Papa!” pero no conseguía respuesta alguna. Entró en el cuarto de su madre y le vio leyendo tranquilamente. Tenía entre sus manos un libro morado. Esta levanto la cabeza y miró los ojos llenos de temor pintados en la cara de su hijo, de estos ya estaban saliendo dos lagrimas. “¿Que pasa amor?” le preguntó su mama. “¡Madre! ¿donde esta mi padre?” le gritó este. “¿Que te sucede? Esta en el taller armando una nueva espada para el duelo de ustedes” El hijo salió corriendo y pateó la puerta del taller. Su padre volteó totalmente sorprendido “¿Pasa algo?” le preguntó a su hijo pero antes de poder terminar la oración este ya le tenía entre brazos. Mientras lloraba con su voz rota le respondió “No papa, no pasa nada.” Lo abrazó durante minutos y su padre le limpió las lagrimas en sus ojos. “¿Que haces papá?” le miró entre manos, un hermoso mango de oro. “Mi última creación hijo. ¿que te parece el mango?” escuchó de su padre la palabra última, no quería que fuese su última creación, no quería que su duelo terminara como en su sueño. “Esta, esta bien papá” le respondió sorprendido. “Bueno, ahora vete, necesito trabajar.” y el hijo salió del taller. Cuando salió vio como una llama de fuego pasaba junto a el. Se asustó, corrió a la dirección de donde estaba había venido. Ahí se encontraba su madre. Lo miro sonriendo. “¿Quien dijo que una mujer era solo encanto?” le pregunto y rió. Tenia el libro morado entre manos. “Mira esto y aprende hijo.” lo dejó en el suelo y junto sus dos manos. Estas empezaron hacer círculos en el aire. Una conectándose con la otra. Luego a moldear una esfera. Podía ver como su madre no dejaba de mirar el centro de la esfera imaginaria. Balbuceó unas palabras y finalmente se creó una esfera de fuego. Las llamas de esta tocaban las manos de su madre pero por alguna razón no la quemaban. Luego de moldear perfectamente la bola de fuego la arrojó al cielo y esta se desapareció en este moviéndose rápidamente. “¿Que opinas de tu madre ahora?” ella se rió y recogió el libro y se entró a la choza. El guerrero se hallaba con la boca arriba totalmente sorprendido. Escuchó las campanas de la iglesia tocar y se entró en su casa.
Mas allá del bosque, en la aldea la gente veía en el aire una bola de fuego que se dirigía hacía el reino divino. Todos corrieron al pastor a contarle. “Si, yo también le visto” les respondió a la gente. “Es un presagio” grito a todo pulmón. “Esa llama arde con odio y arte oscura, va en contra de nuestro señor, el fin esta cerca.” Todos los aldeanos alarmados y asustados rogaron por que este le comunicase a su señor y todos fuesen salvados. “¡Debemos destruir este mal de raíz! Debemos buscar en donde se generó esta llama y destruyamos a su creador!” Y así todos los aldeanos prepararon sus armas, rastrillos, palas, picas y garrotes. En el medio de todos estos se encontraba el sacerdote “¡Este día haremos historia, destruiremos al propio anti-christo y aseguraremos nuestras vidas y alabaremos a nuestro señor!” Alzó sus manos en el aire y simultáneamente todos los aldeanos alzaron sus armas al aire y dieron un grito de batalla.
Estaba en sus últimas horas de practica, se abstuvo de hacerlo y decidió ir a dar un paseó en el bosque. Llevó su espada y se adentró en este. No se despidió de ninguno de sus padres, no encontró necesidad alguna de hacerlo, volvería en horas.

Ya estaba cayendo la noche. La luna se hallaba en lo mas alto del cielo observando el espectáculo. Los aldeanos prendieron llama en sus antorchas, una mano con luz y la otra con destrucción, la perfecta creación. Emprendieron camino hacía las afueras del pueblo donde se encontraba la choza. El Pastor daba su sermón todos escuchaban atentamente y eran convencidos de ser “guerreros divinos”. Mientras tanto la madre se encontraba aprendiendo mas artes de su libro y su padre ya acababa de terminar su último proyecto.

El joven calculó la hora con la oscuridad de la noche y se dio cuenta que según su sueño ya había llegado la hora de su duelo. Emprendió camino de vuelta a casa.

Estaban a unos metros de la choza. “¡Recuerden mis hombres, esto lo hacemos en el nombre de nuestro creador, el único y poderoso!” todos asintieron con su cabeza “Ahora. ¡Ataquen, por la gloria de dios!” y todos los hombres se alzaron con sus antorchas y garrotes en sus manos.

El padre observaba su nueva espada. Estaba tan orgulloso de haberla creado. La levantó hacía el cielo. Escuchó un grito de guerra en la distancia. Salió de su taller a mirar que era lo que ocurría. No había nadie, pero poco a poco el cantó de las voces aumentaba.

La madre se encontraba leyendo su libro cuando el sonido de doscientos hombres enojados interrumpió su lectura. Cerró el libro. -Me han atrapado- Pensó.

Los sentidos de guerrero del hijo le dijeron que algo se encontraba mal y apretó el paso para llegar mas rápido a su casa. Comenzó a saltar por las ramas desesperado. Algo le dijo que no habría duelo esta noche.

Un hombre lanzó su antorcha al techo de paja de la choza. Este se prendió en fuego. Todos los demás siguieron su ejemplo. En el cielo de la noche yacía una enorme llama, la fogata divina. La madre dentro de la casa empezó a ingeniarse un plan. No tenía ninguno.

El herrero vio como su casa se prendía en llamas y corrió a ver que ocurría.

El padre católico yacía riéndose a carcajadas en el medio de todos los ignorantes. Apuntando a las llamas con la sonrisa mas perversa que un hombre podía sostener en su cara.

Por encima de los arboles, en la distancia el guerrero veía la inmensa llama que bailaba por los cielos, eso no le sonaba nada bien. Empezó a preocuparse.

“¿Que están haciendo?” grito el herrero a los hombres que se encontraban destruyendo su casa. Le ignoraron. “¡Oigan, salvajes! ¿Que le están haciendo a mi casa?” gritaba desesperado el hombre. De la multitud salió el padre con su mano en el aire. “¿Es esta su casa?” preguntó el sacerdote. “Si, lo es. ¿Que están haciendo malditos?” Preguntó una ves mas el hombre desesperado. “¡El es, atrapen al hereje!” grito el padre y todos los hombres se lanzaron sobre el herrero. Afortunadamente este había sido un excelente luchador en su pasado. Tuvo que enfrentarse con mas de 3 hombres al tiempo y poco a poco le daba sepulcro a cada uno. Finalmente del interior de su casa salió su esposa. Tenía el libro en la mano. Todos voltearon a verla, se encontraba levitando en el aire. Su marido la miraba perplejo, la mujer que volaba por el aire tenía un enorme parecido a su mujer. “¡Torpes!” gritó esta, “¿Que les hace pensar que pueden luchar contra mi? Arrojó el libro al bosque y conjuró con sus dos manos el trueno del cielo.” Este cayó derribando casi 20 hombres. Y continuó la pelea. El herrero luchaba contra 4 hombres simultáneamente y lo que quedaba de su esposa se hallaba flotando en el aire utilizando los poderes demoniacos para destruir a sus enemigos. Volaba de lado a lado, esquivando las armas de los aldeanos enfurecidos. Estos arrojaban todo lo que veían a su alrededor sus armas, pedazos de madera, piedras, cualquier cosa que pudiera matar a la bruja. El sacerdote se alejo unos metros. Se encontraba aterrorizado, esta era la segunda vez en su vida en la cual se encontraba frente a frente con una hechicera, la primera ves fue en su entrenamiento de obispo.

El guerrero podía escuchar una carcajada que tenía un parecido con la voz de su madre. Miró a la llama celestial y encima de esta ya se encontraba volando una mujer, y no cualquier mujer pero su madre. Dio un grito de batalla y continuo corriendo hacía su casa. No le faltaba mucho para llegar.

El santo recordaba como había hecho su maestro para destruir a las brujas. Pensó en quemarla, luego pensó en ahogarla. Todo era inútil.
El herrero se preguntaba la ubicación de su hijo, entre golpes en su espada miraba a sus alrededores pero no lo podía encontrar. En el cielo, la mujer riendo en carcajadas también se hallaba pensando en su hijo. Los hombres eran interminables, continuaban llegando hordas de campesinos con la intención de destruir a los herejes. El Pastor se reía y les bendecía sus armas.
Ya por fin el guerrero llego a su destino. Su padre lo divisó en la distancia, se distrajo durante unos segundos y un rastrilló perforó su pecho. Vio a su padre desde lejos caer lentamente a suelo, agonizando. Tenía su “último” proyecto en mano. Lo dejo caer al suelo. De su boca salió un río de sangre. Su Madre se dio cuenta de lo que ocurría, creo una circunferencia en llamas y aterrizó en medió de esta. Volteó su cara, miro a su hijo a los ojos durante minutos y luego alzó su mano he incremento las llamas cerca a el. “¡Madre, que demonios haces!” le grito su hijo, pero ya la noche se hallaba tan contaminada auditivamente que nadie lo pudo escuchar. Intentó golpear la llamas con su sable pero era inútil. Sin tener opción alguna presenció la pelea a metros de distancia. Su madre se acercó al cadáver de su padre y lo levantó con un brazo, lo puso en sus hombros. Levanto la cabeza hacía el cielo. Todos los hombres alrededor de ella se encontraban inmóviles, sin poder creerlo, actuaba como un ser humano con sentimientos. ¿Tal vez no era la hereje hija de Satán de la cual el padre había hablado antes? Nadie lo sabía y aun peor nadie lo sabría. De la multitud de gente apareció el obispo corriendo con una afilada cruz. La mujer no lo vio, ella estaba de espaldas. “Señor nuestro, yo te ofrezco esta alma oscura, en tu nombre, que sea tu voluntad purificarla o enviarla al fondo del abismo. ¡AMEN!” grito el obispo y atravesó el torso de la hechicera con la cruz. Este se hallo lleno de sangre, manchado por toda su ropa celestial. La mujer con los ojos totalmente abiertos y con su cuerpo perforado intentó mantenerse de pie. Cayo de rodillas en el piso. El tiempo se detuvo durante varios minutos, ya se hallaba un hijo mirando a su madre y a su padre morir bajo las manos de muchos pueblerinos. Su madre alzó su mano izquierda, mirándole a los ojos desde la distancia, su madre lo miraba con una expresión tierna y de disculpa al mismo tiempo. Luego como la acción de un resorte hizo como si empujase el viento en dirección a su hijo. El último proyecto de su padre se dirigió hacía el junto con el libro morado de su madre que se hallaba escondido en el bosque y cuando los tres se encontraron fue expulsado, aislado a las profundidades del bosque.

Cuando despertó juro dar venganza por la destrucción de su familia. Venganza contra toda la raza humana
Duró años escondido dentro del bosque perfeccionando las artes del libro morado de su madre. Memorizando pagina por pagina cada no de los fragmentos, ensayando cada hechizo, cada rezo, cada ritual. Ya perfeccionado en las artes de su libro decidió traer el mundo en caos. El hombre se hallaba parado en la cima de la colina, mirando el pueblo donde se había criado toda su vida. Levantó su mano izquierda he hizo tronar el cielo. “Ignorantes creyentes. ¡Ha llegado la hora, agáchense ante su señor!” Gritó y su el eco de su voz resonó por la tierra. “¡Bienvenidos hijos de Cristo a la era del caos!”
Hizo unos rezos una una lengua antigua, toco el piso de este salió una gigante bestia cubierta por una armadura. Esta rugía como un demonio y hacía la tierra temblar. El hombre ya se hallaba cabalgándola en lo alto de los cielos. El cielo se torno rojo sangre y de nuevo los sismos empezaron a ocurrir. De las grietas en el suelo se levantaban de su sueño eterno gigantes bestias demoniacas. Los rayos empezaron a caer sobre la tierra, se formaban, las nubes se convertían en remolinos, gigantes torbellinos que golpeaban la tierra. El mundo entró en caos.
En el pequeño pueblo, dentro de su iglesia yacía el viejo obispo mirando por su ventana. Vio las gigantes bestias, los torbellinos, los truenos, sintió los sismos en la tierra. Encima de una de las bestias vio una cara que se le hacía familiar. Abrió los ojos, soltó su boca, se empalideció su rostro y vio como en la distancia se desarrollaba el Apocalipsis, el castigo divino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario