lunes, 26 de abril de 2010

Olvidada Soledad

Una vez mas me senté en mi estudio. Un gran vaso de agua mi acompañante, sin hielo, y tibio. Hice un recuento de mi vida. Recordé esa tarde que marco mi vida. Fui un niño muy maltratado y aunque mi madre intentó darme todo el cariño del mundo, la furia de mi padre siempre cruzaba su camino. La noche que me destruyó como ser humano. Lo recuerdo como si fuera ayer. Como siempre la tormenta se hallaba presente, todavía puedo escuchar los truenos. Mi casa, emocionalmente en llamas. El frío corazón de mi padre quemaba las paredes, cada paso incineraba el suelo, todo lo que su mano tocaba y finalmente sus alrededores, todo destruido. Era un hombre lleno de odio, un psicópata. Yo me había obligado a verle golpear a mi madre varias veces, también a traerle los objetos con los cuales finalmente me golpearía. Esa noche nublada como ninguna otra, todavía esas nubes negras me persiguen en mis pesadillas. Tenía mas o menos unos 16 años. Me encontraba en mi cuarto, mirando al techo, pensando en la vida y en el castigo que representaba. Mi padre aun no llegaba de esos viajes que el llamaba de negocios. Por mi parte yo me encontraba totalmente cómodo con sus viajes, mi madre no tanto. Era increíble como ella se podía encontrar enamorada de severo demonio. Por mi parte, yo le temía, era un monstruo, bueno, yo considero un monstruo como un cumplido. Mi madre se encontraba lavando los platos, restregando cada uno pacientemente. “Jorge, ven amor” me llamo con su dulce y melodiosa voz. Di un salto de mi cama y me dirigí hacía mi madre. Para mi, el único ser verdaderamente sagrado. Le di un beso en la mejilla. “¿Máaa, me estabas llamando?” le pregunté. “Si Jorge, ayúdame a limpiar la casa, tu padre esta por llegar.” Nuestra casa era un pequeña y hermosa casa de madera a las afueras de la civilización. Tenia tres cuartos y dos baños, una pequeña sala, un comedor y la cocina. “No puedes estar hablando enserio. ¿Otra vez? ¿Por la llegada de ese desgraciado?” le reclamé. “Si, por favor ayúdame.” ¿Acaso tenia opción? Empezamos a limpiar la casa y terminamos una hora mas tarde. Yo me bañe y me dirigí a dormir. Mi madre me dio el beso de buenas noches y se fue a su cuarto. Yo, acostado en mi cama, ignorante de la vida. Me deje llevar por el mundo de los sueños, un lugar mágico. No tendría que vivir mas esta vida ahí adentro. Estaba en escapar. Una noche de tormenta vería mis pies corriendo por el bosque, sin rumbo alguno solo corriendo. Podía escuchar los gemidos de una mujer a lo lejos. Los ignoré. En mi sueño me detuve frente a un inmenso árbol. Lo mire, en su base tenía inscrito: escapa. En ese momento escuche un golpe, simultáneamente desperté. “Jaime, por favor no, vas a despertarlo” le dijo mi madre con una gentil voz. “Calla inepta, ha llegado la hora que tu hijo se vuelva un hombre. ¿O acaso lo quieres convertir en un marica, en una niñita que no pueda defenderse?” Gritó una voz grave y escuche dos sonidos, uno era el de una cachetada el segundo era el impacto de un objeto contra el suelo. Me levanté de mi cama y salí corriendo hacia la habitación de mis padres. La abrí y pude ver a mi madre desnuda en el suelo. Mi padre parado sin pantalones con su cara enrojecida gritando. “¿Por fin despertó nuestra Rapuncel?” Preguntó con una voz tosca y agresiva. No podía creer lo que estaba pasando. Mi padre era un cerdo, pero esto era demasiado. Levante mis puños. “¿Piensas pelear conmigo?” Preguntó el cerdo. Agarró a mi madre del pelo. “¿Como te hace sentir ver a tu madre así, recién violada por su esposo? Vamos muchacho enójate.” Empecé a llorar. ¿Como se atrevía hacerle eso? Tragué saliva, mi padre con sus grandes brazos arrojo a mi madre la esquina del cuarto. Se puso los pantalones y se quitó la camiseta. Al ver a mi madre llorando en el rincón del cuarto me armé de valor y salté contra el. Intenté golpearle. Primero le arrojé un puño a la cara. Empezó a llover. Lo agarró con su mano izquierda y empezó apretarlo. “¿Es todo lo que tienes muchacho?” Pregunto mientras se reía. Con su mano derecha cargada de toda su furia golpeó mi cara. Me dejó tendido en el suelo del cuarto. Torpemente con mis pies trate de alejarme de el mientras el acercaba lentamente. Apretó los nudillos de su mano, uno contra otro. Mi madre se levantó del suelo y lo agarró del brazo. “Por favor no lo.” y antes de terminar su oración este le golpeo en la cara. “¡Cállate, mujer inútil! Veté al rincón cucaracha.” Y efectivamente eso logró por que mi madre con un moretón en su rostro corrió al rincón. “Ahora, terminaremos lo que habíamos empezado.” me dijo y continuo dirigiéndose a mi. Abrió su mano completamente y la volvió a cerrar. Se sentó sobre mi pecho. Concentró toda su ira en sus puños. Mi cara se vio afectada por esto. Me desmayé durante unos segundos. Cuando desperté pude ver como ese loco golpeaba a mi madre continuamente. Exactamente como lo había hecho conmigo. Me levanté del suelo. Mire a los ojos, a eso que solía ser mi madre. Tenía en su cara una expresión de arrepentimiento. Facialmente expresaba un lo siento, tal vez sus últimas palabras. Los puños de mi padre, empapados en sangre y con una expresión de perdida cordura en sus ojos, volteó hacía mi dirección. “Creí que habías muerto, perdedor.” me gritó y se lanzó contra mi. En ese instante el peso mas grande de toda mi vida calló sobre mi, sin palabra alguna me despedí de mi fallecida madre. Corrí siendo perseguido por mi cazador. Pateé la puerta principal abriéndola de par en par. Cuando me hallaba afuera, mire a mis alrededores. No había nada mas que arboles. Corrí hacía ellos. Aterrorizado por la furia de este señor. Todavía podía escuchar los gemidos de mi madre en mi cabeza. Suplicas llenas de dolor. Todavía estaba lloviendo y mis lagrimas se perdieron con el agua que empapaba mi rostro. Pare junto a un enorme árbol. En su base tenía inscrito: escapa. Volteé la mirada y pude ver como no había rastro alguno de mi perseguidor. Continué corriendo, así durante tres horas hasta llegar a un pueblo. Pude sobrevivir con las obras de caridad que hacía la gente al ver mi rostro lleno de espasmos y mi ropa rajada y vieja. Duré una semana en ese pueblo antes de irme a una pequeña cuidad a un par de horas de este. Allá me acogió un refugio. El director de este demandó que yo recibiera una educación escolar. Duraron días pensando que hacer conmigo antes de matricularme en un colegio mixto. Un lugar lleno de desconocidos y aunque intenté rebelarme de ellos no pude. Mi instinto de super vivencia me obligo a seguir ordenes. Ademas en ese momento ¿que mas era yo que un animal? Mis primeros días de clase fueron duros. Nadie quería acercarme a mi. Mas tarde llegaría yo a saber que como dice vulgarmente la gente “Yo inspiraba un mal aire”. Me asignaron un compañero para que me mostrara las instalaciones de la institución. No tenía ningún interés en llevarme bien con él. Apenas el profesor nos dejo a solas lo golpeé hasta que este se desmayó. No necesitaba ayuda, ya no era un niño. O eso solía creer. Duré solitario un año. A cada persona que se me acercase le amenazaba hasta que un día ella llego. Era un día soleado, me encontraba sentado en las bancas de la cafetería. Una voz aguda me dijo “¿Este asiento esta libre?” la voz de una mujer. No dije una palabra, solo retiré mi morral del lado donde esta persona buscaba sentarse. Se sentó. “¿Es un hermoso día, no te parece?” me dijo. Voltee y la observé. Era una niña que tenía pelo negro, unos hermosos ojos de color cafe, una piel morena y una gran sonrisa. Me paré y me fui, no me interesaba en lo mas mínimo apegarme a alguien.
Fue bastante persistente. Ella pudo leer el dolor en mis ojos desde la primera vez que me habló. Poco a poco el hielo que cubría mi corazón empezó a evaporarse. Me presentó a sus amigos y poco a poco dejé el odió que tanto dominaba en mi, en el pasado. De un día para el otro me encontré con un grupo de aproximadamente unas dieciséis personas. A todos los consideraba como mis seres queridos y por primera vez en mi vida no me sentí solo. Hasta una noche, un mal presagio cubrió el cielo. Este se en negreció matando la luz del día. Todas las noches de tormenta yo lloraba, pensando en ese día. Podía ignorar mi pasado mas no olvidarlo. Esa noche nos encontrábamos acampando todos en una pequeña cabaña cercana al bosque. Tuve un mal presentimiento dentro de mi, pero lo ignoré. Los acompañe hasta la cabaña que me resultaba extrañamente familiar. Decidí no entrar en ella y le di a Alvaro mi maleta para que la entrase a la casa. Me senté solo en el césped afuera de la cabaña y mire una vez mas al cielo, todavía nublado. Observé a los árboles. No podía ser cierto. Con movimientos torpes comencé a retroceder. Estaba aterrorizado. Algo golpeó mi cabeza y cuando voltee me encontré con un barandal de madera. Entré a la casa y vi un comedor, una pequeña sala, una cocina, tres baños y tres cuatros. ¡Era imposible! Pateé la puerta del cuarto principal. Y revivieron mis memorias. La gran bestia había revivido. Mi madre se encontraba en el suelo llorando. El gran hombre empezó a modificarle la cara con sus manos. Se detuvo cuando el rostro de mi bella madre se hallaba cubierta de sangre. Cayó un trueno. Mi corazón se helo. “Creí que habías muerto, perdedor.” dijo el fantasma de mi padre. El aguacero comenzó. Volteé y corrí, corrí hasta mas no poder. Me perdí en la oscuridad del bosque. Podía escuchar cada relámpago, ver cada rayo. Cuando me halle fuera de la cabaña esos mismos ojos marrones capturaron mis ojos, por unas milésimas de segundo los observé. Continuamente seguí corriendo. Podía escuchar a lo lejos las voces de mis compañeros llamando, exclamando mi nombre. Los ignoré y una vez mas emprendí solo mi corrida. Nada importaba, debía escapar de ese lugar, escapar del recuerdo de mi padre. Caí por una colina y perdí el conocimiento. Tuve un sueño. Vi un lobo correr por la pradera, totalmente solo. Correr y correr, sin detenerse ni un solo segundo. Alimentándose solo, despertando solo, durmiendo solo. Luego frente a el se presentó otra camada de lobos. Eran quince si no fallo en mis cálculos. Estos lo acogieron en su camada. Y por fin dejo de encontrarse solo. En ese momento mis oídos captaron un llanto. Era una voz que recordaba perfectamente. En mi mejilla calló una lagrima, con todas mis fuerzas abrí mis ojos y encontré frente a mi esos ojos marrones, una vez mas volvieron a salvarme. Cuando esta vio mis ojos semi-abiertos dibujo en su rostro una sonrisa. La misma que había visto el día que la conocí. Pude mover mi cuerpo y me senté en el suelo del bosque. Cuando mire arriba de la colina por la cual había caído pude ver entre los rayos de luz que las hojas de los arboles dejaban pasar a catorce personas que se me veían conocidas. Las quince personas que siempre estarían a mi lado se encontraban presentes. Mis verdaderos amigos. Caí desmayado en los brazos de mi cuidadora. Por fin no me encontraba solo. En mi largo sueño volví a mi camada de lobos, en total éramos dieciséis.

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